domingo, 23 de abril de 2017

Nuevo libro de Felipe Espílez Murciano: «Huellas de silencio». Ed. SELEER

Acaba de aparecer en las librerías un nuevo volumen de este prolífico autor que ha iniciado hace un par de años su andadura por los etéreos espacios donde habitan las musas y que parece caminar de forma segura por estos territorios.



Felipe Espílez, como poeta familiar, entrañable y agradecido, dedica el primer poema de su tercer libro Huellas de silencio al recuerdo de sus padres:

Recuerdos indelebles

                          A mis padres

De mi madre, la mirada,
de mi padre, las manos.

Esos ojos que me acariciaban,
esas manos que me miraron.

De mi madre, la mirada,
de mi padre, las manos.



Ya en su primera obra, El hilo de Ariadna, finaliza haciendo un homenaje a su madre; mientras que, en la siguiente, Ojos como soles, aparece la figura de su padre enseñándole el mar por primera vez. Pero este carácter afectuoso y de gratitud se extiende a otros ámbitos como es el de los seres queridos, los amigos o sus maestros:

Alegría solar

                                A Federico García Lorca

El sol quiere tener una fuente,
con un cubo y una cuerda.

¡Que le traigan una nube,
que la luna se haga cubo
con un rayo de cuerda,
y en el fondo de la nube,
en el fondo de ese pozo, un eclipse!

Que el buen sol beba agua
y que nunca esté más triste,
que ha de encontrar con su luz
el anillo que perdiste.

Con su hermana, María Ángeles Espílez, autora de la cubierta del libro.

El título de esta nueva obra, Huellas de silencio es un enunciado sustancial, un compendio cargado de lirismo o la proclama de todo lo que más tarde aparecerá al leer cada uno de sus poemas. El propio autor nos revela en la introducción la importancia del silencio en la poesía: Detrás de la sombra de la palabra, allí donde las campanas pierden su vocación más sonora, siempre existirán silencios. Silencios que dejan huellas, testigos de nuestro temblor al transitar esta vida.  

Las huellas son los recuerdos de una voz poética que recoge, generalmente en silencio y en soledad, todo aquello que ha pasado delante de los ojos del poeta y que ha tocado por algún motivo su corazón. Y, después, esas huellas se han hecho poemas:

Huellas

En las oscuras huellas de tus pasos de invierno
revientan los geranios haciendo llorar a la arcilla.
Agacho el precipicio de mis manos de suero
y recojo las brasas del recuerdo de tu cintura.

Se me ahogan mis brazos de río.
Por las orillas de mi frente de dudas
se me arruga tu recuerdo de frío.
En mi garganta, dos caracolas mudas.

Siento mi soledad en un banco de jacintos,
la noche se levanta con una antorcha encendida.
Al suelo se me precipita una hoja corinto
con letras de nieve y la escarcha de una herida.

Dos violines de fuego,
dos lenguas de ron,
un fragmento de ruego
y una trenza de corazón.

Un poema sobre la tierra
¿quién lo leerá?

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Huellas

En esta efímera vida
solo unas leves huellas
darán cuenta de nuestro viaje
firmando sobre la tierra.

Algún viento las borrará
y ya solo quedará soledad en el aire
y un largo y frío invierno
que no se acuerda de nadie.

Como vemos, el libro contiene dos poemas con el mismo título: "Huellas". 

Y nos vamos a encontrar esos rastros o recuerdos del silencio a lo largo de toda la obra:

– El silencio de Dios:

¿Dios, qué te habré hecho
para que no hayas respondido?
                                       (En "Catedral")

– El silencio del poeta:

Arriba

En un descanso del silencio,
mi voz se olvidó del invierno
y me temblaron en el cielo
dos palabras buscando un verso
que tú confundiste con dos besos.

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Silencio en mi calle, cuando se armiña el alba...
                                       (En "Silencio en mi calle")

Es la calle del poeta donde se ahogan los pocos sonidos de la vida y los ruidos de la muerte.

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¡Qué ternura en las venas!

Cómo se llevan en silencio
el manojillo de penas
que le sobra al corazón.
                                       (En "El río interior", dedicado a R. Alberti)

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Llenas mis silencios de frío,
de poeta por el tiempo malherido
y me dejas, en ausencia de quejidos,
una primavera de cerezos en mis oídos.
                                       (En "Voz de agua", dedicado a Carmen Badillo)

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Por no agraviar a esta calma
mis labios se quedan dormidos.

Hasta el silencio se calla
en esta tarde callada.
                                       (En "Quietud", dedicado a Susana Diez de la Cortina)

– El silencio de la naturaleza, aliada del poeta:

Los cipreses están dormidos,
mudas las caracolas,
los ríos bajan silencio
y las orillas se callan.
                                       (En "Soledad")

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La fuente de agua sonriente,
hace callar al silencio
y las hojas de los chopos que no duermen
son abanicos verdes para el calor pendiente.
                                       (En "Quietud")

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Todo ocurría en un verde silencio
sin más batir de alas
que el rocío que habían olvidado
los ángeles de la mañana.
                                       (En "La ladera")

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Sus ramas guardan aún nidos
llenos de recuerdos
y de mudos trinos.
                                       (En "Árbol de dolor")

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Silencio

He llamado a la primavera
para que asista al eclipse de tus ojos
bajo tus pestañas acostadas.

Y que les cuente a los cerezos
cómo duerme la luna
bajo tus párpados en beso.

¡Silencio, que duerme el amor
bajo la mirada blanca
de un cerezo en flor!

– El terrible silencio de la muerte:

Llevo en mi piel el filo de todos los cementerios
en esta noche sin candiles,
el silencio se tumba en el mármol
y una cruz ocupa mi fotografía.
                                       (En "Llamada desesperada")

– Y el silencio que puede estar en el pasado, en la ausencia o en la propia existencia:

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Pero no puedo mover las agujas del tiempo
ni levantar castillo donde solo queda arena.
El pasado está lleno de labios en silencio
encerrado en un paréntesis de un antiguo poema.
                                       (En "Azucena azul")

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Mi corazón persiste en el recuerdo
aun en la pureza más dura del vacío,
¡fíjate si te he querido
y aún te quiero, aunque te hayas ido!
                                       (En "A pesar del silencio")

      g h

La vida es eso y lo otro,
un beso y un corazón roto,
amor y desamor al mismo tiempo
y ese quejido que a solas
lanzas silencioso al viento.
                                       (En "La vida")

Después de este recorrido por las huellas que el silencio de Felipe Espílez ha dejado grabadas en sus textos, voy a transcribir tres poemas que representan instantes intensos, de hondo lirismo –como toda su poética–, que pueden servir como colofón de la reseña. Bienvenida sea esta tercera entrega del poeta turolense y que tenga la acogida que se merece.


Gota de lluvia

En esa gota de lluvia
vive un recuerdo de nube.

El mar que tiene memoria de cielo,
después de marearla le dice:
coge las alas de un ángel
y sube otra vez hacia arriba.

Vapor de ángel, vapor de mar,
la nube le ha hecho una cuna
a esa leve gota de mar
que sube vestida de bruma,
abajo deja un coral.

      g h

Ecos

Dicen que los poetas
repetimos las palabras.
¿ y no repiten los naranjos
azahares en sus ramas?

Dicen que los poetas
olvidamos la rima.
¿ y no olvida el mar a la espuma
cuando las olas suspiran?

Dicen que los poetas
les cantan siempre a las flores.
¿Acaso no huelen a poesía
las flores cuando las hueles?

Dicen y dicen que dicen
y te vuelven a decir.
¿Pero quién juega realmente
al juego de repetir?

      g h

La palmera de las noches dormidas

Se pasó la vida buscando un mundo nuevo
hasta que se le hizo vieja la vida
y en el último instante, cuando se agrietan los sueños,
volvió a ser niño y se murió de belleza,
y dejó al lado de la cama una esperanza malva
que yo riego todos los días con agua de estrellas.


A eso le llamo yo, la palmera de las noches dormidas.
Repleta de ramas con abrazos y caricias repetidas. 



1 comentario:

  1. Felipe Espílez es un excelente poeta que nos ha visitado en varias ocasiones. Enhorabuena por su nueva obra.

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